domingo, 28 de abril de 2013

El detalle perfecto de la naturaleza.

Yo creo que una hoja de hierba no es menos que el trabajo realizado por las estrellas,
Y que la hormiga es igualmente perfecta, y un grano
De arena, y el huevo del reyezuelo,
Y que la rama arbórea es una obra maestra digna de los escogidos,
Y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo,
Y que la articulación más insignificante de mi mano
avergüenza a todas las máquinas,
Y que la vaca que pace con la cabeza baja supera a todas las estatuas,
Y que un ratoncillo es milagro suficiente para hacer vacilar a sextillones de incrédulos.

-Walt Whitman, "Yo creo que una hoja de hierba..."

Tú, yo y Satán

Al entrar por la puerta
Acabaste con mi vida humana
Con ese bolso, mi perdición oculta
(y la tuya)
Y llorabas en tu cama, cada vez que recordabas
lo mal que habíamos jugado nuestras cartas
En hechos vanos y ahogados en alcohol,
mitad de tu valiosa vida viste derramada
Y yo, tu inútil guardián y mi afán
de arreglar tus cosas rotas
me agrietaba más y más
cada vez que entrabas con tu bolso por la puerta,
Y gritando en silencio pasé los días,
Y tú te ahogabas más que llorabas,
Y yo escribía y tú seguías
Y yo, tú inútil guardián,
te sujetaba el pelo cada domingo de resaca,
Y a veces salía el Sol,
Y a veces en tu bolso lo guardabas,
Con Satán llegué a hacer pactos:
"Su felicidad por la mía"
Y Satán sonrío, y te proporcionó la bebida,
y te arrancó de mi vida,
Y lloré contemplándolo,
Con 3.000 lágrimas rojas en cada muñeca,
Y Satán llamó a la puerta,
Y tú, mi ciega y rota vida,
Me sonreíste dejando la bebida
Hasta de que ésta fuera tú salida...
¿Es mi culpa?, me preguntaste
en silencio y con las palmas quemadas,
Y yo, tu inútil guardián
en afán de arreglar tus cosas rotas,
sonriendo y llorando
en mi frenesí callado y sobrehumano,
arranqué la botella de tus manos,
y con la susurrante ayuda de Satán,
humedecí mis sangrantes labios.

viernes, 26 de abril de 2013

Parte V y 1/4.

[...]

-¡Eh!

Arr agitó la cabeza, con ella el pelo que desordenadamente la cubría, haciendo que sus puntiagudas y grisáceas orejas bailaran de un lado a otro al sacudirse. Dirigió su mirada a T, que esperaba de pie, dudosa aún, esperando una explicación de por qué él, el lobo, tenía una expresión tan vulnerable y triste en el cuerpo.

-Estaba recordando... -Arr apartó la mirada.

No decían palabra. Los animales no hablaban. Se comunican pensando, reservando la voz para mensajes y momentos de manifiesto importantes, distribuyendo mejor su energía. Ese mismo día, a las 5, había aullado muy alto, victorioso y con la venganza entre sus dientes.

-Entiendo. 

Y Tissa de verdad comprendía. Ella también había visto la cabeza de su madre ahí colgada, en la estancia del cazador. Se tumbó a su lado, aplastando las hojas amarillas secas con sus esculpido y precioso cuerpo. Delicadamente, reposó su cabeza en el cuello del lobo gris que observaba el cielo estrellado con sus ojos brillantes y vivos. Los de Tissa, descansaban sobre él. Arr, acariciando con la garganta la cabeza de T, estiró el cuello y levantó la cabeza, señalando con el hocico al cielo, y aulló. Aulló alto y claro, y otros aullidos le siguieron desde sitios desconocidos del Bosque. Tissa sonreía en su interior, acariciando su propia  cabeza contra el cuello resonante del lobo, mientras una lágrima se hacía paso entre su salvaje pelo marrón grisáceo, dejando un pequeño rastro húmedo de tristeza y venganza que desapareció cuando la lágrima cayó al suelo, ahogándose entre las hojas secas del Bosque.

Parte V 3/4

Arr miraba a Tissa desde el suelo, resoplando y con el estómago lleno. Previamente, ese mismo día, había guardado una pierna de un hombre de unos 45 años que cazaba zorros todos los domingos por la tarde. Y, un poco antes, ese mismo día, Arr había entrado en la casa de ese hombre, sigiloso liderado por unos enormes ojos depredadores. El reloj marcaba las cinco de la tarde. El salón de la casa del hombre poseía una iluminación amarillenta. En las paredes colgaban cabezas disecadas de diversos animales. Arr apretaba sus mandíbulas al ver la cabeza de su tío quieta y fría, adornando inerte el salón de ese desconocido que se había ocupado de hacer un trabajo tan personal. Era el hermoso rostro de un zorro de pelo fino y marrón. Una lágrima brotó de los bordes de los ojos de Arr, deslizándose por sus mejillas como un infante se tira por un resbaladizo tobogán de agua. Se secó las lágrimas mientras esperaba sentado en el sofá, esperando al asesino de gran parte de su familia. Oyó unos pasos plomizos que bajaban por la escalera. Arr movía ágil los dedos de su mano derecha, haciendo ruido al chocar con la madera de pino talado que había al lado del sillón. Un hombre gordo y fortachón dio la vuelta a una esquina que daba al salón en el que se hallaba Arr. El cazador no se percató de su inesperado invitado, no obstante, acomodado en la dulce y silenciada espera de su venganza, Arr escuchaba atentamente cada uno de sus pasos; andaba lentamente cerca de la pared verde oscuro del salón, acariciando el pelo muerto de las cabezas disecadas que colgaban: un zorro, un chimpancé con la boca abierta, un ciervo... Los adoraba. Los adoraba muertos y decorando su penumbrosa y sucia estancia.

-Lucís estupendos en mi pared, pequeños salvajes. -monologó el cazador mientras se estiraba unos tirantes empujando con los pulgares hacia afuera, dando una profunda calada a un puro.

-Lucirían mejor en la naturaleza, con su familia. -Arr irrumpió en el victorioso aclamo personal del cazador.

El hombre se alarmó, agarró una escopeta con sus redondos y gordos brazos, firmemente, apuntando a todos lados, confuso, sin saber de dónde provenía tan grave y serena voz. Arr se puso de pie, mirando hacia el desorientado cazador.

-¿Qué coño haces en mi casa? -exclamó el hombre, furioso y aterrorizado, sin elevar demasiado la voz.

-La pregunta es, ¿qué coño haces tú en tu casa? -Arr le contestó más sereno aún que cuando se hallaba sentado, pero con mucha más ira en los ojos. El cazador percibió ese tono sanguinario en el iris del chico y se separó de él dando pequeños pasos hacia atrás, hasta chocar con la cabeza del zorro disecado de la pared. Arr soltó una leve risa, estirando la comisura de su labio, asomando sus colmillos.

-¿Cuantos años tienes, chico? -intentó calmarse, en vano. Los ojos de las cabezas disecadas le observaban, casi sonrientes-

-16. De donde vengo, 16 es equivalen a 25. Así que decide tú. ¿Prefieres morir a manos de un chico de 16 o uno de 25? -Arr se burlaba de él, pero en el fondo, no había nada de cómico en estar parado ante ese espécimen.

-Sal de mi casa. -el hombre levantó el arma, más firme y ofensivo que antes. Grave error.

-Venga... -la voz de Arr casi adquiría tono de súplica, seguía jugando con su presa- Nosotros también tenemos que comer... Y dado que tú te estás llevando todos los animales del maldito bosque... Eres lo único fresco y tierno que queda. -Arr deslizó sus ojos vacilantes a la tripa del cazador, y luego, volvió a hablar mirándole a los ojos, casi con voz ronca- Aunque demasiado... Grasiento -soltó una carcajada tan carente de humor como cualquier de sus gestos-

-¿Pero qué...?

El hombre, dudoso, no sabía ni que hacer con el arma que tenía entre las manos. La inclinó, apuntando al suelo. Alguien llamó a la puerta con unos golpes agresivos y sobrehumanos que hicieron que la entrada de metal oxidado se abollara. El cazador lanzó una mirada furtiva y confusa hacia Arr, que la recogió, mientras  pensaba en lo que le esperaba detrás de la puerta con una dolida risa en el rostro y un poco de pelo esparcido por la frente.

El cazador se dirigió hacia la puerta, en guardia y con la escopeta alzada, sujetando la mirada de Arr entre oleadas del humo del tabaco. El le seguía la mirada como la leona observa a la presa entre las zarzas secas de la sabana, silencioso y ofensivo. '¿Quién llamará a casa a estas horas de un domingo?' se preguntaba el cazador interiormente. Abrió la pesada puerta girando una manecilla de bronce, cuidadoso, con pasividad en el rostro, 'menuda situación de locos' se calmaba a sí mismo el cazador. Desató su mirada con la de Arr. Y en el mismo momento en el que dejó de mirar a su adornado salón con el misterioso chico para mirar lo que llamaba a la puerta, se arrepintió de haberlo hecho. Abrió los ojos como platos, enrojecieron sus mejillas. sus manos se abrieron, dejando caer la pesada escopeta al suelo. Fuera de la casa del cazador, más cercano al Bosque, se oyeron carcajadas, acompañadas por unos rugidos y aullidos salvajes de venganza, chillidos parecidos a los de un chimpancé en la flor de la vida, trotes de una cierva que saltaba y pateaba y unos gritos desgarradores de dolor, y luego, luego silencio...

lunes, 22 de abril de 2013

Parte IV.

Zeth despertó. Se había desmayado al transformarse. Veía las hojas revueltas del bosque a la altura del suelo, y sentía su cálido cuerpo reposando sobre el frío que se había aposentado en el suelo del Bosque tras la oleada del viento que previamente lo había azotado. El Bosque tenía un aspecto desenfadado, salvaje. Resopló. Pensaba que estaba en el bosque, tumbado por la mañana, después de haber pasado ahí la noche. No sería raro, lo hacía a menudo. Pero algo era diferente. Tenía calor, y algo le impedía mover su cuerpo con naturalidad. Se quedó dormido de nuevo. Estaba agotado. Aún no había abierto los ojos. Resopló de nuevo, y tanta era la sensación de estar fuera de su cuerpo habitual, que hasta su respiración le sonó rara. Era profunda y aguda, limpia. Entonces se dio cuenta...

Tissa bebía agua junto a un río. Había un pequeño charco, rodeado de rocas negrizas que parecían pulidas por escultores de la naturaleza, con delicados adornos verdes a sus pies, sobre el que reposaba el enorme bajo color granate. Veía su reflejo en el agua pura. Le sentaba genial su aspecto real. No había nada mejor para ella que 'llevar su alma por fuera'. Eso era lo que veía en el agua: su alma, su espíritu, su naturaleza, su esencia, dibujada a la perfección en un charco de agua cristalina. Y su alma era de un aspecto hermoso y delicado. Una cierva, joven y de potente musculatura, hermoso pelaje rojizo con pequeños puntos blancos entre los ojos y al final de las patas, cerca de las pezuñas, sus grandes ojos amarillos y sobre ellos, unas orejas puntiagudas que señalan al cielo, reinando sobre un cuerpo de expresión calmada y complexión fina. Unas fuertes y musculosas patas cuyos lados adquirían un leve tono negro sujetaban el esbelto lomo de T. Cuando terminó de beber agua, estuvo completamente satisfecha. Siempre le había causado una insufrible sed transformarse. Sin embargo, rara vez tenía hambre, a contrario que el... 

Oyó un ruido extraño tras ella. Se giró alarmada. 'A contrario que el lobo', pensó Tissa. Hoy no era día de caza, no podía haber humanos, así que sólo podía haber un depredador del Bosque tras ella. Eso la calmó. Pronto se acordó de que otras cuatro personas la acompañaban. Su esbelto lomo se inflaba y relajaba con cada profundo respiro. Sus patas punteadas e inmaculadas, levemente manchadas de barro seco del suelo, daban pasitos asegurando el terreno que pisaba. Al principio siempre le costaba acostumbrarse a ese cuerpo. Almacenaba en él una cantidad energía mucho superior al que poseía en su cuerpo humano, en su disfraz. En todos los aspectos, su cuerpo era mucho superior a cualquier cuerpo humano, o máquina inventada por cualquiera de ellos. Era real, era natural, era el espléndido resultado de siglos y siglos de mutaciones de una misma especie. Era algo de lo que todos los animales estaban orgullosos. Orgullosos de que su evolución no conllevara una degradación del mundo dónde habitaban. De ahí el resentimiento y el odio general a los humanos. Pero ahora no sentía nada de eso, en absoluto. Estaba relajada, ya sabía quién merodeaba sigilosamente tras ella, escondido entre arbustos y miles de troncos finos, altos y grises, que victoriosos, se alzaban al cielo, cómo jóvenes revolucionarios en una manifestación.

Giró su cabeza lentamente, notando su musculoso y alargado cuello marrón-rojizo. Un enorme lobo la observaba, atento, impasible, con la cabeza y el cuello gachos. Habían pasado unas horas desde la transformación. Ella dedujo que el lobo estaría hambriento.

-Tranquila, T, ya he comido.

La voz de Arr sonó con un leve eco en su cabeza. Era fácil acostumbrarse a la telepatía animal. El lobo propuso una postura más relajada desde la distancia, estirando sus grisáceas patas, casi como un bostezo sin abrir la boca, inclinó su cuello y cabeza, reposando toda la parte posterior de su cuerpo, y poco después, la parte anterior le siguió al suelo. Un lobo tumbado ante un ciervo.


sábado, 20 de abril de 2013

Life would stop between death's arms.

El cuarto adquiría una luz tenue con cada respiro que daba. Sentado en mi cama, cruzado de piernas, escuchaba música, con la cabeza gacha y el ánimo por los suelos. Aunque algo chocaba en mí como el mar choca con las rocas en tormenta. Había humo. Alguien llamó a la puerta. No quería hablar con nadie, y además no estaba del todo seguro de cuál era la intención de esos toques. No sonaban bien, pero sonaban diferentes. La puerta se abrió poco a poco.

-¿Quién es? -mi voz sonaba pasiva, me acuerdo no querer ver a nadie, pero tampoco tener la fuerza y energía suficiente para detenerlo-

Nadie contestó. Sin embargo, una chica relativamente alta, delgada, con curvas, de pelo negro rizado, ojos cautivadores, grandes, que podrían recordar levemente a la figura de los ojos de un felino, una boca no muy grande, tampoco demasiado pequeña y delicada, de color rojo pálido, de tez pálida y expresión relajada y viva (todo lo contrario a mí) entró, como deslizándose en mi habitación.

Me lo estaba imaginando, lo sabía en aquel momento y lo sé ahora. Se sentó al lado mío, sin hablar. Observó la cuchilla que tenía entre mis dedos y la sangre que se deslizaba a lo largo de mi antebrazo y palma. Sonreí. Nadie me había visto así. Pero... Era una imaginación. No era nadie. Se inclinó levemente, casi acompasada con el dulce y triste tono de la canción que sonaba, y agarró la cuchilla. La colocó en su antebrazo, delicado. La arrastró levemente hasta la muñeca. Una tímida cascada de sangre se deslizaba por su piel blanca, como la nieve. Sonreí de nuevo. Miró su antebrazo y me imitó de nuevo, esbozando una sonrisa con cierto aire a misterio y deseo. Sabía que necesitaba su abrazo. Un simple abrazo. Pero fue más allá...

Me colocó su frágil mano en mi cuello, que se erizó al notarla. Notaba el escalofrío que recorría frenético mi espalda, como electrificado. Dirigió mi cabeza a corte. Sabía lo que quería que hiciera. Besé delicadamente el inició de su incisión, posteriormente, deslicé mi lengua, tímida y cálida por el recorrido sangriento de su antebrazo, limpiando parte de la sangre que brotaba de sus rotas venas. Qué dulce sensación de compañía y empatía. Falsa, por supuesto, pero dulce. Ofrecí mi antebrazo, para que hiciera lo mismo.

Iba a morir. Y lo iba a hacer bien.

-¿Sabes quien soy?

Su voz era dulce, extranjera, no era de la tierra, y mucho menos del cielo.

-La muerte, supongo.

-Supones bien.

Un frenesí recorría mi cuerpo. La simple idea era tan seductora, tan real y tan finita. La besé, me subí encima suyo, y sonreía a mis últimos momentos de vida.

Part III.

Ya era de noche. Afuera, frente a los bosques, en el oscuro y mudo descampado dónde se encontraba la cabaña, los cinco jóvenes aguardaban, inquietos, pero sin embargo, silenciosos. Tissa y Arr se agarraban las manos, acariciándolas más que apretándolas, sabían que pronto iban a estar juntos, cómo debían. Los demás aguardaban silenciosos las notas graves y profundas del canto de un búho y su respectivo eco en el bosque, y posteriormente, el agitado sprint de una ardilla tras el leve agitar de las hojas secas del suelo y los árboles al acariciarles el viento.

[Y al correr la primera brisa de la noche, correrán las hojas, y el búho llamará a sus hermanos con su dulce canto de victoria, y sus hermanos responderán desde la otra punta del Mundo, porque no hay espacio ni tiempo que entiendan de la fuerza del animal, del ser esencial; y al correr de la nerviosa y feliz ardilla, las hojas secas volarán torpes siguiendo su rastro, y tras ocurrir todo eso, la Luna se acercará y se verá claramente en todos los descampados, se filtrará por las ramas esqueléticas y los robustos troncos de los árboles, y penetrará en el agua, formando miles de estrellas submarinas, y el cielo se verá claro-oscuro, y las aves responderán, y también los peces, y los insectos, y los mamíferos y los invertebrados, y el hombre que sepa que su alma está en el Bosque, despertará con su alma como forma humana...]




Arr, T, Rorr, Eld y Z plantaban cara a las profundidades del bosque. Se oyó un ruido, a los lejos, y un leve susurrar en el aire que no estaban seguros de haberlo escuchado o habérselo imaginado. Sostenían aún sus armas de proclamación hechas material, las baquetas, las guitarras, la garganta, el bajo... Ya estaba todo listo. Sólo quedaba la señal. Tanto para Z como para Eld lo era. Habían hablado sobre ello, oído hablar sobre ello, soñaron con ello cada noche tumbados en sus respectivas camas... Y se levantó una breve y tímida brisa. Ya estaba empezando. 


A la tímida ráfaga de aire, le siguió una repentina oleada de viento, más fría, más fuerte. A lo largo se empezaba a ver una sombra blanquecina. Ya viene la Luna. Entonces el búho cantó. Z esbozó una sonrisa nerviosa. Frente a ellos pasó una ardilla negra de gélidos ojos grises, corriendo agitada. Eld pensó que se parecía al conejo de Alicia En El País De Las Maravillas, se movía agitada, y nerviosa, como un despertador  ágil que volaba por el suelo. Arrastraba hojas secas a su veloz paso, que remoloneaban en una danza aérea animada y alegre, movidas por el aire que dejaba la ardilla en el rastro de su carrera. El aire atrajo a la Luna, que se elevó a lo más alto del cielo. Sus rayos eran impetuosos, cómo oleadas marinas de luz blanquecina y reveladora. Autoritaria. Se había hecho esperar bastante. Zeth recordaba esa vez de pequeño, cuando su abuelo, al que acababa de pillar con las manos en la masa, literalmente, le explicó una curiosa historia. Le explicó a Z por qué a veces soñaba cosas, sentía impulsos, se metía en pieles que no eran suyas, le contó por qué a veces había litros de sangre en la cocina, y desaparecían repentinamente cuando su abuelo y su tío iban a limpiarla. Le contó sobre la denominada Manada, el por qué de su extraña y inexplicable existencia de impulsos fuertes, astronómicos. Por qué no se sentía parte de nada, ni de él mismo. Le tuvo hasta que explicar por qué estaba viendo a su abuelo con unos enormes ojos claros y uñas extrañamente largas, devorando a un hombre que tenía el traje desgarrado. Le explicó absolutamente todo. Y el lo entendió todo. Fue una sacudida de sentido y explicaciones que arrasaron con el profundo bosque de dudas en el que se encontraba. 


La Luna invadió cielo, mar y tierra. La ciudad no podía verlo. Estaba dormida e iluminada. No se podía ver la verdadera luz cuando antes de llegar al cielo, luces artificiales tapaban lo que había más arriba. Todo se volvió blanco y negro, en un instante. Los cinco jóvenes cayeron de rodillas al suelo, sonrientes, dando la bienvenida con los brazos abiertos, y la Luna los examinó como la luz de una impresora. Tenía que despertar   a todos los bosques. Los árboles inclinaban sus copas como un siervo humilde y valiente se inclina ante su Reina que luce espectacular, brillante, sobre ellos. Desde el cielo, el bosque se veía como un mar verde, oleadas de viento que provocaban marea entre los árboles, que se agachaban para permitir el paso de la luz a los puntos más bajos de sus troncos. Los ojos de los jóvenes se abrieron involuntaria e intuitivamente de par en par, y algo explotó dentro de ellos. Los bordes se arrastraron al centro, formando una pupila negra cómo los ojos cerrados a excepción de una pequeña circunferencia blanca que brillaba impasible. Una pequeña Luna en su pupila. Una Reina blanca y luminosa en la impetuosa noche. Sus pupilas se deformaron y organizaron, se deshicieron en pedazos redondos, como una bomba de color que explota, impulsando densas nubes tras su efecto primario. El contorno de sus ojos se ensanchó, haciéndose mucho más grande y redondo y las nubes de sus iris se reorganizaron automáticamente de una manera salvaje y automática, más grandes, profundos, con una tonalidad mucho más clara. Los ojos negros de Z se volvieron grises, un gris brillante con motas negras, blancas y azules, como las de una pluma a la que le sobra tinta y mancha el blanco papel de perfectas circunferencias irregulares, muy pequeñas y solidas. Los ojos de Tissa se volvieron de color amarillo y naranja, cómo las hojas secas del otoño, pero más vivos y brillantes. Los ojos de Rorr brillaban de una forma increíble, eran de un negro claro, con un destello inhumano. No eran humanos. Arr poseía ahora unos ojos verdes oscuros con manchas verde esmeralda que ansiaban correr. Eld examinaba el cielo con unos potentes ojos marrones. Los cinco miraban al cielo, enamorados de la luz de la Luna, en armonía con su alma y con el Bosque. Se retorcían sobre su propio cuerpo, arrodillados en el descampado abatido por la luz. No eran los únicos. No eran conscientes, pero si lo hubieran sido, habrían oído gruñidos, aullidos, rugidos, tambores, gritos de alegría y celebración. Todos los Bosques del Este se movían, despertaban. Las hojas que antes bailaban en el aire aterrizaban poco a poco en el suelo, y de los cuerpos humanos y limitados de nuestros cinco jóvenes, empezaba a crecer piel, una piel gruesa y protectora, y pelo, y plumas... Una serie de deformaciones que hacían que se retorciesen en el suelo. Estaban despertando...

viernes, 19 de abril de 2013

Part II.

En otra esquina, alejada de la ventana sucia de Z, dos guitarras eléctricas reposan la una junto a la otra. Una de ellas roja, la otra negra. Cerca de las guitarras, próximo a Z, reposa su esbelto cuerpo un joven alto y fuerte, ancho, con el pelo rizado y la cara redonda, de expresión amable y poco seria en la cara, con una sonrisita de niño que nunca trama nada bueno. Se llama Rorr. Sonríe. No sólo porque esa fuera su naturaleza, sonreír, sino porque eso era toda su vida: esperar a que salga la Luna, y cuando saliera, tanto él cómo los demás estarían donde les pertenece, donde de verdad encajan, serán quienes de verdad son; no máscaras, ni ropa incómoda y aceptable a la vista de la sociedad dormida, sólo ellos, su verdadera naturaleza expresada en su máxima potencia, y no sólo en una sonrisa. Y eso le hacía sonreír a la espera.

Quedaba poco ya para la hora. Los búhos empezaban a susurrar con las ramas de los árboles, celebrando en silencio. La oscuridad omnipresente del bosque se iba haciendo de los Reinos Sin Luces, dónde se veían por la noche las estrellas blancas y la limpieza oscura de un cielo que vive extensamente, y no luces amarillas artificiales y una masa de polvo densa que no dejaba ver más allá de lo alto de los edificios. El cielo se veía azul claro por la mañana y azul oscuro por la noche, naranja al atardecer, rosa al amanecer, pero nunca gris y sin nubes, ni negro ni sucio. Las luces artificiales no tapaban a las verdaderas lámparas, las musas, las estrellas. Nada de eso en los Reinos Sin Luces, en los Bosques. Y eso llenaba de vida la esencia de los cinco jóvenes, y como ellos, a muchos otros, que, al igual que ellos, aguardaban impacientes la llegada de la Luna. No había nada más limpio y real que los Reinos Sin Luces.

Sonriente, en una silla cerca de Z, otro joven, de tez fina y morena y complexión delgada, aguarda junto a sus cuatro hermanos.Se llama Éld, o E. Todos ellos están en silencio, aún se escuchaba levemente el bullicio de la ciudad. Todavía no está completa la noche.

La cabina estaba fría pero empezaban a notar el calor de una segunda piel, que poco a poco se desperezaba en el interior de su cuerpo para salir y entrar en contacto con el exterior. El ambiente poseía un ambiente distinto en los últimos minutos, sombrío y oscuro, y por la ventana sucia de Z, un leve destello blanco como las Estrellas se reflejaba en la mano de Z. Esta empezó a crecer, le empezó a salir un pelo marrón oscuro, casi negro, que crecía tímido a lo largo de su cada vez más ancha mano, atravesando sus tejidos como un girasol que crece mirando cara a cara al Sol, os buscando la deslumbrante mirada de éste. Su piel se estiraba y engordaba poco a poco, las uñas le crecían, y por la necesidad de ocupar más espacio, sangre empezó a brotar, sangre de color rojo oscuro que salía de los huecos que sus uñas comidas de humano al estas ir desapareciendo, ocultándose dentro de su nueva piel.

 Z se alarmó, giró su cabeza bruscamente y emitió un leve gemido al observar la sangre que se provocaba el mismo. 'La primera vez puede que duela. Dolerá. Ser tu mismo en apariencia duele casi tanto como ocultarlo en el disfraz. Es porque hay mucho más de ti que se puede enseñar, y presumir, y hay que pagarlo con un poco de sufrimiento, que con el tiempo, te parecerá un dulce dolor, comparado con el que conlleva ocultarse tras el disfraz'. Recordó esas palabras de su abuelo, y cuando empezaban a surgir unas nuevas uñas más gruesas y puntiagudas de los extremos de sus dedos, apartó la mano, justo a tiempo.

-Ten cuidado, Zeth. 

La voz de Arr sonaba juguetona e imperativa desde el fondo de la cabaña, reposada en el sofá. Se respiraba  tensión, la hora estaba al caer. Seguramente, kilómetros más adelante, ya había empezado. Había que coger todas las cosas y empezar a salir.

-Lo se, lo siento, me acerqué demasiado.

Su voz sonaba tenue y frágil en tan tenso ambiente, como si un gigante inmenso estuviera estirando la cabaña de los dos extremos, haciéndola inhabitable, en la que sólo cabía oscuridad. Tan sólo los ojos y alguna porción del cuerpo de los jóvenes se iluminaba, ahora que nadie estaba cerca de la ventana, por precaución. La mano de Z había vuelto levemente a la normalidad, el crecimiento se había detenido. Sólo los ojos brillaban por motu propio en esa inerte oscuridad que habitaba con ellos: los ojos marrones oscuros, casi negros de Z, los ojos color avellana de E, los ojos negros de Rorr, más al fondo, los ojos marinos de T con puntos grisáceos y bordes negros y, junto a ellos, los fieros y pequeños ojos negros de Arr. Todos apretaban todos los músculos de su cuerpo, desde los gemelos a la mandíbula, todo el cuerpo en tensión. 

Sin poder aguantar más quietos, se levantaron de dónde reposaban, erguidos, en silencio, excepto Arr, que lanzó una ansiosa mirada de deseo a T, a la que ésta respondió con una sonrisa nerviosa. Todos buscaban un objeto que habían dejado anteriormente en la habitación. T agarró su bajo granate del mástil y se lo colocó bajo el hombro mientras E y Arr se dirigían a la esquina donde reposaban las esbeltas guitarras, pulidas de una forma salvaje, pero perfecta. E agarró la roja, Arr la negra. Ambos se la colocaron a la espalda, con la ayuda de una cuerda. Mientras, más cerca de la puerta, Rorr estiraba su garganta, caracterizada por tener un pequeño corte cerca del pecho, del cual colgaba una figura tallada en madera. Z seguía jugando con sus baquetas, pasándolas de una mano a otra, hiperactivo, haciéndolas rodar, girar. Rorr le dio una palmadita en la espalda para que saliera por un pequeño hueco donde no había madera que hacía de puerta. Z bajó de un salto a la pequeña planicie entre los árboles, seguidos de los otros cuatro. Se colocaron uno al lado de otro, mirando a las profundidades del bosque. Ya estaban listos.

martes, 16 de abril de 2013

Vancouver's Kiss

"Police was trying to get our position back , and after the whole crowd yelled hateful messages to everyone who was trying to get us back, I saw a friend of mine who fainted because of a rock hitting her head. I turned to her and I couldn't thought of anything more than stop the shit that made my friend faint. I saw her down, knowledgeless while the others almost stepped on her face. I realised none of hit has sense, the only thing war causes is more war and deeper scars."

The Great Mad Man

Recuerda que siempre te queda la locura como salida de emergencia a esta broma que es la vida.

Part I.

Gritos. Aullidos. Afuera, como una manada de lobos, aullando en la Luna Llena. Acariciándose unos contra otros, rugiendo, mordiéndose. Alterados y vivos, despiertos. Es por la noche y los conejos descansan en sus madrigueras, porque ya viene el lobo feroz. Ahora es el turno de la Manada.

Una gran esfera brilla pálida y enferma en un fondo azul oscuro y extenso, casi eterno, produciendo una irresistible llamada a los lobos. Por la mañana no son más que humanos, que se esconden y no emiten ruido alguno, lo mínimo, susurros. Y contemplan dormidos la otra gente pasar, tan muerta, tan humana, tan atada en un lazo que apresa todo su entorno que te engañan cuando parecen respirar, vivos. Caminan por la calle, con sus perros atados con asquerosas correas, y los perros ladran, entonces los humanos se quejan porque hacen ruido. Pero, ¿son ellos, los perros, los lobos, los animales, los que hacen ruido al ladrar, aullar, gruñir, o los humanos los que habitan en un silencio tan sepulcral que cualquier reclamo del animal por deshacerse de esa cadena parece un enorme e insoportable ruido que hay que callar? Que hay que callar para no escuchar nada mientras duermes. 

¿Son sus inertes rostros también rostros que aparentan? ¿Que aguardan la fría noche para aullar sin molestias ni tirones de correa? Puede que todos tengamos ese fondo. Que todos seamos animales atados por la mañana, que desean desatarse por la noche y a los que gritan cuando reclaman libertad. Algunos salen por la noche, a gritar. Otros por la noche duermen, y siguen dormidos por el día. ¿Lo entiendes Z? Todos somos animales. Pero no todos tenemos una manada. La mayoría se ocultan en la madriguera por la noche. ¿Lo entiendes? Pero ahora anochece. El Sol baja y la noche se hace nuestra. Las pupilas se ensanchan y aclaran para ver mejor en la oscuridad. Ignora a los que cierran las cortinas de su madriguera y duermen. Ellos marchan a sus casas y se pierden lo que tu algún día estarás apunto de vivir. Cuando seas mayor, aguardarás en el atardecer, en el Bosque a que la noche se apodere de las luces. Todo empezará cuando la Luna acerque sus rayos al  Bosque. Verás a tu manada. 'Levanta', te susurrará la Luna.'Aúlla', oirás en tu piel como pronuncia esas palabras, omnipresente. 'Ya es la hora, ya es de noche'. Y las estrellas la acompañarán, a ti y a ella y a tu manada. Te seducirá, y verás cual es nuestra realidad. Siempre has sabido que algo iba mal. Por eso te explico esto. La Manada se compone de los que siempre han sabido que había algo mal. Algunos se han expresado, escritores, músicos, personajes de la historia que destacaron por gritar. Ellos vivieron con la Manada. Por eso puedes llevarte lo que quieras, con quien quieras. Los instrumentos que lleves te ayudarán a despertar a los humanos. Somos animales, y tenemos que gritar para despertarles. Eso harás algún día, cuando veas el primer rayo de Luna asomarse por el Bosque, estarás listo, cuando cante el búho, y la ardilla corra junto al viento.  Ya





Ya queda poco y 5 jóvenes que aguardan la llamada esperan tímidos e impacientes en silencio en una cabaña, en un descampado cercano a una colina, oculta entre los bosques.
UnUno de ellos, de mediana estatura, apretando las mejillas y sonriendo levemente a la huida del Sol observa atento, con dos palos de madera pulidos y acabados en pequeñas circunferencias ligeramente ovaladas, el impaciente bosque y lo que su fondo aguarda. Casi castañeaba con los dientes, estaba nervioso. Era tímido y callado, al menos así era en su ser humano, pero cuando la Luna reinaba... Cuando la Luna llamaba...

Cuando la Luna empezaba a hacer presencia en el cielo, otro gallo cantaba. 

El chico hacía juegos, pasándose los palos de madera entre los dedos. Sus ojos se volvían pálidos y llenos de ojeras con la oscuridad previa a la Luna. Normalmente eran negros. Tenía la cara redonda y expresión amable, labios gruesos y pelo corto. Era grande, ancho, fuerte, o eso empleaban a menudo otros seres humanos como eufemismo, quizás. No le importaba: él era como era y pronto estaría despierto de nuevo. Y para los lobos, cuanto más fuerte y corpulento seas, más ventaja. No le importaba.

Eran cuatro chicos en la habitación y una chica. Z, o Zeth, el que observaba a través de la ventana la excitante penumbra del Bosque. En un sucio y roto sillón rojo y gastado, se sentaba una chica delgada, de expresión dura y ojos grandes y marrones, sentada con una pierna encima de la otra. Había un gran bajo granate, reposando a su lado. Otro de los chicos se sentaba al otro lado de chica, que contemplaba a Z mientras hablaba con la chica a su izquierda. El chico se llamaba Arr, la chica Tissa, o T. Ambos se pasaban la mayor parte del tiempo metiéndose y gastándose bromas el uno con el otro. Juntos brillaban especialmente, sobretodo en ese asqueroso sillón abrazado por la oscuridad de la cabaña y la nerviosa calma de la noche. Eran pareja en la manada. Sin embargo, todo cambiaba cuando eran seres humanos. Apenas se hablaban, y si lo hacían, discutían. Pero ahora la Luna se asomaba, expectante, deseosa de comenzar, como una Reina en la celebración del Día de su Nombre. Los dos aguardaban, entre bromas, el poder retozarse entre árboles y setos a la luz de la Noche y aullar alto.