domingo, 29 de diciembre de 2013

Era su cabello moreno...

Era su cabello moreno,
y sus labios respiraban dolores,
y era su manera de moverme bajo ella,
respirando fuerte, suspirando cerca y lejos,
sus ojos verdes movían mi existencia,
su sudor brotaba de las sábanas,
y yo, su siervo y suplicante,
admirador obsoleto por tanta belleza en un mismo ser,
observaba como la vida y el mundo,
de placer me ahogaba,
rozándome en su cama.

No puedo ser más que un humano.

No creo que precise de nada más para mí mismo
que la decisión de confiar en algo que yo mismo escribo
aunque siempre estaré intranquilo
mientras no termine de escribir algo que,
de una manera u otra, quiere salir o que,
de una manera u otra, entró en mí,
y ahora no creo que precise de nada más para mí mismo,
más que de callar la intranquilidad con un grito,
porque siempre que escribo,
es porque no estoy del todo tranquilo.

Mi boca se sella,
mis manos se bloquean,
mis oídos se cierran y mis pies no corren,
y me río de mí mismo,
porque ante todas estas imposibilidades
me doy cuenta de que,
al sellarme la boca, al silenciar mis gritos
al cerrarme los oídos, al mantener mis pies quietos
al ver como, una vez más,
por no estar tranquilo
se esclaviza mi alma sola
y se calla mi espíritu
y no saben escribir del todo mis manos,
me río al darme cuenta,
de que por todo eso,
no puedo ser más humano.

Si no las nubes alteraría
al mis alas chocar sus brazos
y surcar el aire y cortar el viento,
y por no poder hacer todo eso,
y sin embargo racionalizar lo que siento,
porque para eso sirvo y para eso fuí hecho
para ser las palabras mis alas
y para protegerme del viento
para volar con libros,
para soñar con el cielo,
no para volar, si no para escribir que vuelo,
para ser todo eso insuficiente
y a la vez todo lo que puedo,
para alzar mis brazos,
y llorar desde el suelo,
o escribir sobre ello, y eso estoy haciendo
porque soy sólo un humano,
y tan sólo eso puedo.

Un papel blanco con palabras claras.

Su sino confuso estaba,
ante él, sus propias palabras,
blancas sobre un papel blanco
en su cabeza, claras y bien expuestas
aún cuando la niebla había templado su esperanza
su sino confuso estaba.

Abandonaba su espacio y tiempo
entre mes y mes crecía su espalda
el soporte vital, que todas sus ideas soportaba
pero no era capaz de despejar la niebla
que tintaba las letras negras a blancas.

Un papel blanco con palabras claras,
no era legible ni a un portador de gafas,
mientras un papel blanco con palabras claras,
mientras una niebla gris sus potencias tapara,
mientras no volviese ver negro sobre su cabeza
y blanco pintando su espalda,
su sino, confuso estaba.

La niña de ojos marrones azulados.

Portaba pelo largo y castaño
e inocencia de cría
y daño la hacía sin ser consciente
el no ser consciente de lo que hacía


Y por mil libros que se hubiese leído él,
no había palabras para frenar su infantil ignorancia
de él mismo, una medicina incurable
hacía que lo malo atrajera lo bueno,
porque ser bueno era bastante malo
a la hora de escribir esta poesía.

La luz amarilla no es la luz que ilumina.

La luz amarilla no es la luz que ilumina,
pensaba el poeta parado ante miles de puntos de luz divina
ésta es la verdadera,
la que al mirarla, me lleva
la que al intentar llevarla no se queda,
porque siempre que la miraba
temía porque se hiciese de día,
y al intentar absorberla,
era ella la que la absorbía
es ésta, o puede serlo porque dudo,
querida humanidad que tan sin frenos avanzas,
que sea la luz vuestra la que de verdad ilumina.

Parte VIII.

Antes de empezar, it's been a looooooooong time. Con el tiempo que tardo en escribir una parte nueva en el  blog cualquiera diría que escribo historias como las de George R.R. Martin. Por desgracia, ni me asemejo. Mis disculpas, intentaré pasarlo más a menudo. Y... allá va la parte octava.

Movía las cuatro patas de manera ligera, a la velocidad del cambio, digna de la luz. Sentía el aire despejar su cara, remover cada pelo de su cuerpo que le daba calor. Sentía el aire aligerar su existencia. Las ráfagas constantes de aire secaban su hocico húmedo e impulsaban sus orejas puntiagudas hacia atrás, a lo que él abría la boca y extendía una lengua de gran tamaño hacia fuera. Jadeaba con cada salto que daba para no chocarse con alguna rama que se había deshecho del árbol del que provenía. Había miles de árboles a su alrededor, y miles de ramas que saltar. Olisqueando intensamente el suelo antes de pisarlo con sus menudas pero musculadas patas, que se clavaban en el suelo fértil y húmedo, y lo desgarraban al levantarse por pura inercia. Velocidad. Gran velocidad.

También era muy bueno rastreando. Supuso que entre su velocidad y su capacidad para, suponga lo que suponga, encontrar lo que quiere, sería el primero en ver a Z transformado por primera vez. Había sido miembro de muchos grupos de Guardianes, pero era la primera vez que era Guardián de ese grupo. El más novato, a su pensar. No tenían demasiada experiencia de grupo, y tampoco se les daba demasiado bien. De momento. Y Z era el nuevo cambiante e integrante de ese grupo, así que empatizaba con él en cierto modo: aunque Éld tuviese experiencia con otros Guardianes, apenas había dirigido un grupo en el que, casi todos eran novatos, y uno, primerizo. Así que todos tenían curiosidad. Y a Éld le hacía ilusión ser el primero de su nuevo grupo de novatos en satisfacer la curiosidad.

Pensando en la primera transformación, no podía más que recordar su propia primera vez. Ya se había transformado por primera vez con 6 años, y lo recordaba tan nítidamente como podía ver ahora la influencia de la luz que amanecía en la parte más baja del Bosque, desde el suelo hasta la cima de las hierbas más altas que crecían fertilmente. Su madre era cambiante desde la adolescencia, y pronto lo serían él y su hermana menor, ocurriría el mismo día. ´Todos los cambiantes nacen siéndolo, en una parte de su alma, siempre lo son, en una parte de su esencia, está esa pieza que les hace cambiar. Lo que les diferencia, es cuando esa pieza se mueve y encaja por completo, y les hace despertar´ Éld y su hermana lo habían oído mil veces como respuesta al ´¿Cuándo seremos como tú, mami?, ¿Cuando podremos despertar y correr?´ y esperaban ansiosos a que esa pieza encajara en ellos. Tardaron en comprender la complejidad del asunto: por mucho que esa pieza esté ahí, hay gente que se separa de ella a lo largo de su vida, y rara vez se encuentra con ella, pero en la existencia de todos los seres que aún vivían, permanecía como vivencia diaria, como recurso abandonado, como salvación incrédula o como el pilar absoluto al rededor del cuál giraba toda la existencia de uno. Pero mientras viviese, ningún ser vivo sería incapaz de reencontrarse con ella, con la trama de lápiz que cerraba un círculo perfecto e incompleto.
Pero cuando se acordaba de esa noche, también se acordaba de que no había tenido entonces la amplitud mental necesaria para darse cuenta de ello.
Tanto Éld como su hermana tuvieron conciencia de esa pieza que completaba el círculo nada más nacer, pues ya nacieron en la Manada. Sólo tenían que esperar el momento en el que ese círculo no pudiese esperar más a estar completo y la pieza viniera a ellos completando su existencia, empezando una nueva vivencia de su vida. Aunque el conocer desde siempre el nombre, el concepto de esa pieza, tardaron menos en necesitarla...

Vivían en una cabaña, Éld, su hermana pequeña, Luw, su madre Yra y su tío, N.W. La razón de que los nombres de los habitantes del bosque fueran tan simples era porque hacía más fácil el dibujarlos por trazos con las garras en el Bosque: pura racionalidad bien empleada. La familia había acogido a un perro salvaje, un hermano más que recibía tanto cariño como el que más, sobretodo cuando se acomodaban junto a él en noches de frío. Corrían junto a él por las llanuras, intentando alcanzarle, bajando a velocidades que sólo un alma que desea ser completada es capaz de alcanzar por el mero hecho de divertirse junto a un ser que no podía asegurar que también se divertía con ellos... Aunque su mirada, brillante y azulada, enorme y redonda, parecía una afirmación muda bastante eficiente a los ojos de cualquier ser puramente racional. Ringo era el nombre de aquel husky de mirada tan alegre y vívida. Ringo murió. A manos de un cazador que vivía cómodamente en el borde de la ciudad, en la pequeña zona dónde no había ni ciudad ni bosque, dónde habitaban los escombros que aún cazaban para si mismos, de manera directa, no por drones. Quería bonitas pieles para regalar a la hermosa guardia de seguridad que permitía la entrada a intermediarios del borde de la ciudad, así podría acceder a la ciudad más fácilmente. Era una de las cosas que tenía la tecnología: cambios enormes en un periodo de tiempo demasiado corto; y los cambios no siempre para bien.

`¿Qué es lo que uno posee, desatiende, atiende, usa y destruye sin medida?´

´Pero nosotros queremos su compañía, el calor de su piel, su hermosura pegada a él, no en el hombro de una señora, queremos su libertad, sus carreras, la alegría brillante en sus ojos´ dijeron los hermanos sollozando la pérdida del hermano, al que se encontraron despellejado, tumbado en medio de la pradera que iba desapareciendo cuanto más se acercaban a la ciudad. ´Esto, chicos, es el resultado del hombre moderno. Quieren sus pieles por prestigio y dinero, no por lo bonitas que luzcan pegado a él. Añoran su hermosura y pretenden cubrir su fealdad colgándose sus pieles. Es un ser infantil y despreocupado´.
Esa misma noche era Luna Llena, y arrodillados ante la carne viva de su hermano, abandonada en medio de dónde la nada se encontraba poco a poco con el todo, lloraron desconsolados, iluminados por una palidez redonda. Algo explotaba en su interior, un rayo de Luna colaba sus rayos en las cuencas de los dos hermanos. Una fuerza interior superior a ellos les sacudió, y se empezaron a retorcer en el suelo. Una nube de colores pálidos explotaba en su iris, y su madre, junto a su tío observaban su primera transformación apoyados en un árbol solitario en lo alto de una colina. Yra lloraba sonriente, y sus lágrimas se encontraban con los rayos de luz blanca. Al terminar, Yra y N.W. despidieron con dos besos en la frente a dos pequeños pastores alemanes que descansaban junto a un cadáver rojo. Su pelaje era negro y gris, como lo era el de su tercer hermano.

Todo esto, que pasó hace ya diez años recordaba Éld alborotando el desorden tumbado de las hojas del Bosque a su veloz paso. Recordaba el olor del cadáver mientras una lágrima despegaba de sus ojos, recordaba el olor de aquella noche y casi podía olerlo de nue¡ESPERA! Lo había encontrado. Era otro olor el que se mezclaba ahora en su hocico. Olisqueó ahí y allá, buscando casi desesperadamente el cuerpo al que pertenecía ese rastro que tan bruscamente se había chocado con la velocidad del pastor alemán cuando recordaba con los ojos humedecidos su difunto hermano y su precioso pelaje, aún vistiéndole a él. Cuando alzó la cabeza, lo vio por primera vez, tumbado en el suelo, iluminado parcialmente, casi acunado con hojas amarillentas y marrones, cubierto por su propia alma. Y a la vez que lo vio por primera vez, dormido pero al fin despierto, la lágrima, hija de sus tristes recuerdos, despegó al fin de su ojo y fue a caer al suelo. Tan mínimo fue el ruido que provocó la gota al chocar con las hojas secas, que ese cuerpo que observaba Éld lo oyó y reaccionó a él, dormido pero, al fin, despierto.