viernes, 28 de febrero de 2014

Azotea.

En la azotea todo parece ser distinto (de verdad) cada vez. Pues su cambio no está en mi mano, ni en la de nadie. No sólo cuando miro al cielo desde la azotea, es siempre que mis dos ojos diminutos, establecen contacto visual con el ojo de color naranja, amarillo, incluso azul por el día, o con los miles de ojos blancos, diminutos pero enormes, llenos de energía, pues eso son, energía, y luego, la Luna. Más grande que nadie. Pero es tan sólo un círculo. Un satélite. Una masa redondeada y blanca llena de hoyos que llaman cráteres, que gira al rededor de la Tierra, como restregando su fingida independencia del Planeta Azul. Cada detalle en ella parece distinto. A veces creo haber visto el rostro de una mujer llorando, gritando horrorizada, dirigiendo su enfermiza y pálida mirada, blanca como la luz de los hospitales y el reflejo que este tipo de luz crea, pero mil veces más viva. Me imaginé que la Madre Naturaleza se convirtió en Luna para observar siempre el estado en el que estaba su mejor creación, su hija prodigio. Y ahora, que la ve desde arriba como siempre, como yo a veces a mi salón - el cuál a veces veo como algo extraordinario, otras como el símbolo de la rutina - grita y llora de dolor, por verla tan demacrada. Como una madre que visita a su hijo favorito, criminal y drogadicto a la cárcel. Y llora por verlo destruido. Y ve en el azul de sus ojos el niño que una vez fue, lleno de ilusión, no de años de condena, con ganas de jugar y tenerlo todo, no sólo los gramos necesarios para mantener su concepto falso de felicidad y bienestar puro, sin alterar. Me dan ganas de llorar si me pongo en el lugar de la Luna. O en el de la madre. Y no es llanto si no diluvio lo que ocurre si me pongo en el lugar del hijo. Pero por muchas ganas que me entren de ser un lobo y aullar a la Luna, llorando con ella por ver a su hija demacrada, su hogar destruido, soy consciente de la felicidad que me aporta poder verla. Es ésa luz al final del túnel. Es más, es ésa luz que hace del túnel un lugar hermosa y parcialmente iluminado. A veces quiero llorar con la Luna, abrazarla, pedirle su poder de iluminar todo cuando las cosas anochecen oscuras. Pero quiero reír y aullas de felicidad al cielo y cada una de sus pecas contrastadas, blancas. ¿Qué más puedo pedir cuando tengo luz en la oscuridad? Cuando pueda verla por la noche. Me absorbe si la miro. Y siento felicidad en mí. Todo por la Luna, la oscuridad iluminada.

Salón.

Hay ocasiones en las que parece que estoy teniendo un deja vu, sólo que sin la sensación excitante de saber que se te acaba de "reiniciar" el cerebro. Es lo mismo. Sólo que aburrido, y terriblemente deprimente. Hay veces, que, sentado en el sillón, mirando al salón, me doy cuenta de que ya he hecho eso, con la misma sensación de aburrimiento y terrible depresión adornando los sofás, los muebles, la televisión, el polvo bajo los sillones, los muebles. Polvo imaginario, gris y espeso que parece cubrirme. Estoy relajado, al menos eso es bueno. Relajado, por muy agobiante que en realidad sea la idea de tener la sensación de vivir la misma depresión, en el mismo sitio, mirando lo mismo, cubierto de lo mismo. Las mismas ideas que bailan un vals triste en tu cabeza. Pero ellas se lo pasan bien con su protagonismo fugaz, agonizando por el momento de irse, agonizando por si tardará mucho en llegar su nuevo papel estrella en mi cabeza. Espero que tarde mucho, pues no me gusta sentirme sedentario. Pero qué remedio, los humanos somos animales, por lo general, terriblemente vagos e inactivos, por mucho que Marx dijese. Bien es cierto que somos muy dados al trabajo, pero eso no es nuestra naturaleza, si no una forma de vida frente a nuestra verdadera naturaleza: la repetición. Repetición es el nombre de la pieza que baila un tres por tres en mi cabeza. De repente veo mi salón como bonito reflejo de mi mente, mi cabeza. Como un escenario de una obra de teatro. La gente viene y va, el polvo viene y si limpia, vuelve y se vuelve a limpiar... Se adornan sus paredes, hay libros, cds, películas... Humo de tabaco que apesta de manera agradable. Repetición. Ahora estamos aquí, pasamos allá, y luego volvemos a estar aquí. Y allá. Y siempre pasamos por una gasolinera. Distinta o la misma, pero siempre hay un momento del viaje que parece repetirse siempre, y que nunca cambia. La gasolinera. Parar, hace sol. Es verano. Coger unas coca-colas, algunas patatas o algo de picoteo y agua. ¿Tradición? Repetición. No me gusta repetir las cosas, pero ¿No es hacer algo siempre distinto una manera de repetir lo mismo. Es triste, y sin embargo, en el salón de mi cabeza, las paredes, los cds, los libros, las películas, parecen decir lo mismo. Tu variedad no es más que una repetición diferente. Puedo, o creo que puedo ver que hasta las partículas caminan por el aire de mi salón (real, no mental) aburrirse, resoplar con pesar. Y sin embargo, ya lo he dicho, estoy tranquilo. Ya que sé que esto es el salón, pero tres pisos más arriba, encima del cuarto de mi bloque, hay una azotea.

Winter Winds

Humo. Estático y gris. Y sin embargo, el más mínimo movimiento de la más diminuta brisa, y el humo huye en movimientos fluidos y redondeados a mezclarse con los colores del fondo que antes del viento, por mínimo que fuese, que antes tapaba con su presencia en primer plano. La escena que hace una brevedad, protagonizaba, y ahora no es nada. Viento. Que en la oscuridad acaricia las cortinas que acompañan las ventanas abiertas, que dejan entrar el frío, que a su vez ahuyenta al humo. Le espanta. Viento. Que hace de los brazos de cualquiera una cordillera. Que hace tiritar a las personas de sangre más caliente. Que arrastra el agua. Agua. Que lo arrastra todo. Y en su escasez, nada fluye y nada arrastra. No es literatura, no es arte, no es ciencia. Es un hecho que sin esto, no soy nada, pues quién ahoga mis gritos si no el agua. Quién evapora el humo si no el viento. Quién protagoniza el lamento de su ausencia si no mi llanto, mi compadecencia. Lo que dentro siento e intuyo; agua, viento.

miércoles, 19 de febrero de 2014

This train is bound for glory.

Es la música la que daba vida al tren. Y la música también era el traqueteo del tren sobre los raíles, y los chillidos de águilas que sobrevolaban el desierto norteamericano. Y desde fuera, todo se vería como nada más que un tren, que traquetea y hace ruido, y expulsa humo. Pero poco a poco, una tercera persona, que somos nosotros, se va acercando, como si volase, hacia las ventanas rectangulares con bordes redondeados ligeramente abiertas, rodeadas de estrías triangulares y de metal grisáceo, que refleja el cielo despejado del desierto, con sus águilas y nubes con un tono mucho menos vivo que el de lo que reflejaba. Y cuanto más nos acercamos, vamos escuchando una música, una música abundante... Me refiero a violines, armónicas, guitarras, banjos, bajos, contrabajos, batería, trompetas, trombones, saxofones... Un ritmo binario: un, dos, un, dos... Una melodía con altibajos, ahora arriba, aguda, ahora grave... Una melodía animada, que parecía seguir el ritmo del tren, un, dos, un, dos... Una voz femenina. Aullidos humanos.Un contrabajo que susurra vacilante. Gritos de júbilo. ¿No os lo imaginamos, lectores? ¿Somos capaces de cerrar los ojos y vernos allí, acercándonos al vagón musical y móvil en medio del desierto norteamericano, sobrevolando el suelo como si fuésemos águilas que acuden a aportar su música al vagón? O incluso... ¿Nos vemos dentro del vagón? Cantando, quizás... Tocando algún instrumento... Gritando, aullando... Riendo, pues la risa es la más inesperada y complicada de crear de las músicas. O incluso grabando el momento, haciendo que quede ahí para siempre, como un tren sin parada. O incluso escribiéndolo, que es otra de esas maneras de hacer algo inmortal y único.

 Pero, ¿qué es éste tren? ¿Es una metáfora? ¿Algo real? ¿Algo real que puede servir de metáfora para algo más real todavía?

Éste tren tiene música, una música que, tan impactante como el grito del águila que podemos o no ser, nos cuenta, nos canta, nos toca, nos induce una simple frase que abarca algo tan amplio y real como es el desierto.

Y la música nos dice que éste tren está destinado a la gloria.

jueves, 13 de febrero de 2014

The Funeral.

Everything slows down with the notice of death
I feel things endarkened all around me
But I´m bursting colour cloud
And a drum´s roll ask us to carry on
To carry on

A large path ahead
we have to walk now
or it´ll be too late
as you say
we need to master our lives 
if not living will be so much to carry on
to carry on

Everything endarkened all around me
but life´s a bursting colour cloud
and I know she´ll have the strength
and we all will
if we try 
to carry on, to carry on

Death is playing games
that life cannot hande sometimes
and it will only win
if we carry on
we have to carry on

lunes, 10 de febrero de 2014

Woman.

La verdad es que no creo que exista un sólo escritor que se quede conforme con una descripción de un personaje femenino. Tan complejo. En toda su imperfección, tiene que ser perfecto. Transmite cada centímetro que te imagines. Y sin embargo, resulta complejo transmitir eso. Estaba buscando un concepto o idea de un personaje femenino cuya descripción fuese lo más completa y transmitiese lo máximo posible, al menos un noventa por ciento de lo que me pueda transmitir a mí, y una palabra me vino a la cabeza, un concepto, una idea. Algo complejo, perfecto, que transmita con cada detalle, cada punto, cada silencio, cada matiz, transmitir todo un mundo de posibilidades imaginarias. Pensándolo de ése modo, ¿no queda implícito?

La mujer es música.

domingo, 9 de febrero de 2014

Wind

De cómo un soplido del viento puede hacer brotar una cascada de lágrimas en unos ojos previamente secos. De cómo de nada puede salir todo a la luz de un parque iluminado por farolas y la Luna, y sentirte sólo y agradecerlo. De cómo la ironía sigue ejerciendo su fuerza en todos y cada uno de nosotros. Y de las cosas que nos rodean. De su fuerza. Toda existencia es irónica. 
Del silencio. De la inexistencia del mismo. Pues, ¿Cuándo hay silencio? De estar siempre pensando, no parar jamás. De romper. De arreglar. Pues, ¿No posee algo la verdadera capacidad de arreglarse cuando se ha roto? Sí, y diez veces sí. De cómo el pasado viene siendo presente, y de cómo el presente ya ha pasado antes de poder empezar a pronunciarlo. De la constancia del azar. Del azar de lo que es constante. De todo. De nada. Una vez más, el silencio que anhelo, cómo hijo huérfano que anhela a sus padres. De todo lo que es la vida. De la perfección en la música y en la naturaleza. Del arte. De lo infinito en ello. Pues no se dice del arte que es historia, más si de las guerras, venidas y por venir. Del hielo. Del fuego. De esta inesperada aventura a la que, cada noche y cada día, parto, dispuesto a sorprenderme, pues que es la vida si no ironía, arte y cambios constantes.

jueves, 6 de febrero de 2014

Lujuria, imaginación, saxofón.

Lujuria, lujuria. No abandona este mundo la lujuria.

Ojos negros.

Tez pálida.

Pelo moreno, ligeramente ondulado que cae sobre unos hombros curvados.

Cuello.

La clavícula, voluptuosa y delicada.

Podría estar hecha de mármol blanco.

O de imaginación, la de un hombre sólo y una nota de saxofón, que le acompaña, susurrando su silencio, su única compañía, la música.

Lujuria, lujuria. No abandona mi cabeza la lujuria.

domingo, 2 de febrero de 2014

El pasajero.

No es si no la verdad constante e incesable sentirse pasajero de tu propio tren. Un tren en el que, en cada estación, suben y bajan todo tipo de pasajeros. Pero ése no es su tren. Ellos tienen otro. Simplemente suben, pasan el rato y bajan. No es si no la verdad constante e incesable saber que tengo la sensación de que nunca se quedarán unas estaciones más hasta que acabe el trayecto. 

No es si no la verdad constante e incesable que, los mejores momentos en el tren, son los vagones vacíos. Sólo ahí soy yo en un lugar que no es mío por mucho más que una estación. 

Siguiente parada, desconocida.

sábado, 1 de febrero de 2014

Arte.

Si todavía sé que radica en la ficción el arte y la belleza de la realidad misma, expresada de manera más bonita y aparentemente vana, pero tan real, y significante, aún se salva mi alma, aún hay esperanza, pues el arte nunca me deja, entonces perdurará aún mi alma. Si con el negro veo colores en expansión, podré ver la risa tras la lágrima, el verde, el azul, el sentido de abrir los ojos y no ver nada y pensar en nada en concreto, sólo en lo que la música le dice a mí cerebro: no lo entiendo, más lo traduzco y me eleva.
El arte nunca me deja, mi alma está salvada.